La Sra. Li Aiying (Li Erying), de la ciudad de Qiqihar, provincia de Heilongjiang, sigue siendo acosada por las autoridades tras cumplir en 2019 una condena ilegal de cuatro años. Li fue detenida el 4 de noviembre de 2015 y condenada a cuatro años por su fe en Falun Gong. En junio de 2016, fue trasladada a la prisión de mujeres de Heilongjiang, donde sufrió torturas inimaginables y fue perseguida casi hasta la muerte. A continuación, un relato personal de la persecución que sufrió.
Relato personal de la tortura en una cárcel china
Me llevaron a la cárcel el 8 de junio de 2016. Una reclusa, Fan Xiumei, me llevó a la habitación e intentó que me pusiera el uniforme de la prisión. Me negué. Después, Fan me hizo sentar en un pequeño taburete cuadrado y desigual de unos cinco centímetros de altura. Tenía que poner las manos sobre los muslos, sentarme erguida y mirar hacia delante. Si me movía un poco, me daban patadas y me golpeaban. Me obligaban a estar sentada todo el día, hasta las 10 de la noche, y no me daban comida ni me permitían lavarme.
Por la noche, tenía que dormir en la litera superior y Fan fue elegida para vigilarme. El primer día me desperté a las 3 de la mañana, empecé a meditar, entonces una de las internas llamada Xiao Lili cogió un taburete y empezó a golpearme con él. Me tiró de la litera superior.
Había nueve personas en la habitación y trataron de taparme la boca. Al no conseguirlo, me empujaron a otra habitación y empezaron a golpearme. Un grupo de personas aparecía, me golpeaba durante un rato y luego se iba. Luego venía otro grupo y me volvía a golpear. No recuerdo cuántas veces me golpearon ese día.
Al tercer día, Fan les dijo a todos los presentes que se desquitaran conmigo o se arriesgaban a que les restasen puntos o les amplíasen la condena. La reclusa Li Huafen empezó entonces a pellizcarme violentamente. Me pellizcó por todas partes, especialmente los pezones, haciéndome moratones por todo el cuerpo. Otra presa, Tao Yucui, utilizó un zapato para golpearme en la cara y me hizo sangrar la nariz. Xiao, otra reclusa, llevaba zapatos gruesos y me dio innumerables patadas en la cabeza.
Al cuarto día me puse en huelga de hambre. A instancias del capitán, las reclusas me pusieron las cosas cada vez peor. Encontraron a 15 o 16 reclusas dispuestas a ayudarles y declararon que me iban a "transformar". Se colocaron en dos filas y empezaron a golpearme. Algunas me tiraron del pelo, otras me retorcieron los brazos y otras me abofetearon hasta tirarme al suelo. Me desmayé.
Cuando volví en mí, ya era de noche. Me encontré con un zapato en la cara y el suelo estaba mojado. Me di cuenta de que tenía las manos hinchadas y no podía mover el brazo derecho ni levantar las piernas.
Perdí la capacidad de cuidar de mí misma, pero los reclusos se negaron a parar y siguieron obligándome a sentarme en el taburete. Cuando grité "Falun Dafa es bueno", el capitán me puso una camisa de fuerza y me ató a la cama con unas cuantas personas vigilándome a todas horas. Estuve atada durante tres días y dos noches y no se me permitió cerrar los ojos.
Luego la cosa empeoró aún más. La policía cogió dos camisas de fuerza y me ató fuertemente las manos, las piernas, los muslos y la cintura y me puso un pequeño taburete bajo las nalgas. Cada vez que me movía, el taburete se ponía de lado. Era un dolor inimaginable. Luego me mantuvieron colgada durante ocho horas, hasta la noche, cuando me alimentaron a la fuerza. Para entonces, no tenía sensibilidad en las extremidades y mi corazón latía erráticamente. No tenía energía ni para abrir los ojos.
Estaba magullada por todo el cuerpo, pero aún así me obligaron a sentarme en el taburete. Cuando no podía, una interna me tiraba del pelo mientras otra me pisaba los pies para obligarme a sentarme. No podía cerrar la boca porque estaba muy hinchada por los golpes, y Fan me golpeaba los dientes con sus zapatos y utilizaba un palo de escoba para pincharme los ojos. Cuando me negué a obedecerlas, me patearon la espalda. No podía mover el brazo derecho ni ponerme la ropa. Tenía el brazo dislocado.
Para tratar de obligarme a abandonar la huelga de hambre, la policía ordenó al médico que me introdujera un tubo en la tráquea para alimentarme de forma forzada. Estuve a punto de asfixiarme. Varias personas me introdujeron el tubo en la nariz y me alimentaron a la fuerza. La sonda de alimentación me rompió la nariz y provocó una hemorragia abundante.
Cuando mi familia vino a visitarme y vio que estaba demacrada, pidió que me viera un médico. Me llevaron a un hospital, donde el médico dijo que tenía la tensión alta y una grave enfermedad cardíaca y que no debían golpearme más, que podía morir en cualquier momento y que realmente debía ingresar en el hospital.
Al borde de la muerte
Estuve en el hospital durante seis meses. Cuando volví a la prisión, el capitán dio instrucciones a un grupo de reclusas para que volvieran a torturarme. Como resultado de los prolongados abusos, empeze a padecer episodios de perdida de consciencia.
Un día, cuando quise subir a mi cama, me solte y me caí. Varias internas me llevaron de vuelta a la cama, pero después no pude moverme. Cuando quise ir al baño, las internas tuvieron que tirar de mí y llevarme en brazos. Los tirones me fracturaron la cabeza del fémur y volví a ir al hospital. Estuve en el hospital más de 40 días antes de que me llevaran de nuevo a la prisión.
En mi corazón, siempre había sentido compasión hacia las que me perseguían. Tal vez gracias a mi bondad interior, algunas reclusas cambiaron de opinión y empezaron a ayudarme en secreto; la reclusa Li también se disculpó conmigo.
Debido a la prolongada alimentación forzada y a la desnutrición, los intestinos no se movieron durante medio mes y también tuve dificultades para orinar. Esto me causó una obstrucción intestinal, que me provocó dolor de estómago y de costillas. Al final, todo mi cuerpo estaba frío incluso en verano. Las internas tenían que envolverme en una manta y ponerme una bolsa de agua caliente, pero mi temperatura seguía siendo la misma. Cualquiera que me viera pensaba que iba a morir pronto.
Sin embargo, yo estaba muy alerta y tenía una fe muy fuerte. Me dije a mí misma que no moriría. Y entonces ocurrió un milagro. Pude sentir una corriente cálida que salía de mi corazón y se extendía por todo mi cuerpo. Pensé: "No he muerto. He vuelto a la vida".
Al día siguiente, me puse a meditar. El capitán me vio y me dijo que parara. Le dije: "Estás violando la ley".
Se marchó sin decir una palabra. Por su expresión, pude ver que admiraba sinceramente a Falun Gong. Después de eso, mejoré con cada día que pasaba.
La familia de Li y el acoso que continúa
Li comenzó a practicar Falun Gong en 1996. Desde que comenzó la persecución en 1999, ha sido detenida cinco veces y enviada a campos de trabajos forzados en dos ocasiones. Su familia también se ha visto implicada a causa de su fe. Su marido goza de mala salud y no puede trabajar debido a la presión de las autoridades; para sobrevivir, su hijo se fue de casa; su hermano estuvo a punto de perder la vida al intentar rescatarla; su hermana empezo a padecer alucinaciones al verla tan demacrada y sufrió un accidente que le lesionó la cabeza.
Li fue acosada de nuevo en diciembre de 2019 por las autoridades durante la campaña de "exclusión" y presionada para que escribiera una declaración de renuncia a Falun Gong, a lo que se negó. En septiembre de 2020, las autoridades la acosaron por teléfono y le ordenaron ir a la comisaría. Ella se negó a cumplir, así que fueron a su casa el 27 de octubre de 2020 para que firmara la declaración. Ella no estaba en casa, así que su marido la firmó en su nombre. La firma de la declaración molestó mucho a su marido y se deprimió aún más.